Metió el dedo índice en el bote de pintura roja. Lo sacó y, goteando, lo llevó al papel que había a un lado. Dibujó una circunferencia. Luego cogió pintura negra con el dedo corazón, y rellenó la circunferencia con ella.
Por un instante quiso mojarse los dedos de nuevo de pintura para mancharse la cara. Momentos después se miró al espejo del agua y dio con la imagen de una niña con rayas rojas y negras serpenteando en su cara. Se vio sonreír levemente; le divertía verse como la niña que aún era.
Dejó que le cayesen unos graciosos ricillos plateados por su frente y se sentó sobre sus rodillas, añorando la madurez de los adultos.
Cerró los ojos y lágrimas brotaron de ellos, y bajaron, brillantes, correteando por su rostro agrietado por los años, y acariciándola a cada paso que daban.
Se tumbó en el suelo y notó cómo la arena se amoldaba a cada centímetro de su cuerpo desnudo. Seguía con los ojos cerrados, pero una suave brisa del oeste fue secando y borrando las lágrimas lentamente.
Se sintió desvanecer en la inmensidad de la nada, y fue hundiéndose en la arena.
Poco a poco. Despacio. Poco a poco.
Al abrir los ojos de nuevo no supo exactamente quién era; si una anciana nostálgica o una niña abandonada.
Esto sí es de mi cosecha, lo escribí hace un par de añitos. Creo que contiene demasiados símbolos y metáforas, quizás un tanto enrevesados y de múltiples interpretaciones... ¿qué entendéis vosotr@s?
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